Hiendelaencina, tierra sagrada

martes, 6 de abril de 2010

Sinónimo de plata, de pingüe riqueza, de efímera gloria. Tierra mítica, paraíso minero extinguido adonde deberíamos peregrinar todos, al menos una vez en la vida, y en donde, como alguien sugirió, habría que recorrer de rodillas parte del fabuloso filón Rico.

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Santa Cecilia, La Valenciana, Suerte, San Carlos, La Verdad de los Aristas, La Fuerza, Mala Noche, Fortuna, Relámpago, San Carlos, La Vascongada, Santa Teresa, San Martín, Perla… y así decenas de minas cuyos nombres evocan y emocionan.

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Páginas de la historia minera de nuestro páis escritas con letras de blanco plata. La leyenda de Hiendelaencina que dio lugar al mito, la epopeya gestada por Pedro Esteban Górriz, allá por 1844 y singularmente descrita por Bibiano Contreras en su País de la Plata.

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MTI ha querido rendir homenaje a esta población, denominada antiguamente Allende la Encina, visitando sus más emblemáticas minas y recorriendo caminos y senderos para conocer, a través de sus ruinas, el glorioso pasado de sus fábricas, de sus talleres, de sus pozos y escombreras, para así comprender mejor la magnitud que sus explotaciones alcanzaron y que dieron renombre universal a este pequeño distrito minero.

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Hiendelaencina es, y lo seguirá siendo, tierra sagrada para la mineralogía y la minería de España.

Texto: J.M. Sanchis

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La sangre de la Pasión

Si existiera la máquina del tiempo sería apasionante retrotraernos 166 años y asistir al descubrimiento del filón Rico. Podríamos encontrar al singular Górriz en la tasca y preguntarle cómo supo que bajo el Canto Blanco había mineral de plata, qué le empujó a buscar socios con tanto afán. Saber si es verdad que sabía de minas o si contó con ayudas. Ojalá pudieramos integrarnos en la Historia y ser el séptimo socio de don Pedro. Y preguntarle porqué le perdimos el rastro, qué fue de su vida, porqué no volvió al pueblo. Y conocer al mallorquín Órfila, personaje cuyo prestigio e influencia aportaba a la Sociedad Minera de Santa Cecilia la credibilidad que el solo entusiasmo de Górriz no reunía. Preguntarle por ejemplo porqué dejaron fuera a los otros 5 socios cuando registraron las minas Suerte y Fortuna. Asistir también a las reuniones nocturnas de los socios, atender las explicaciones de Górriz para justificar nuevas derramas y porqué metía un número creciente de obreros a destapar el crestón de barita que había de enriquecerlos a todos. Y conocer al murciano Paco Salván, ascendiente de nuestro amigo César Menor Salván, que ahora en 2010 analiza, con otros ojos y potentes medios tecnológicos, los mismos minerales que tanto descalabro produjeron al retatarabuelo Salván administrador de rentas estancadas. Compartir con ellos expectantes la apertura de paneles, los primeros acopios de minerales, la ansiedad por ver arrancar La Constante y empezar a vender y recibir los primeros ingresos. Y luego el éxito total, enloquecedor. Repartir dividendos mensuales, la especulación atroz con cientos de supuestos especialistas creyendo localizar filones tanto o más ricos que el Rico. Y luego asistir a la transformación del pueblo, en lo urbano y en lo sociológico. Personajes emprendedores metiéndose a fundidores, charlatanes en los bares, negociantes de minerales pobres, estriar una y otra vez las escombreras hasta no dejar más que el puto gneis. Y pedir al propio Luis de la Escosura que nos permitiera visitar Santa Cecilia o a Policarpo Cia lo propio con La Fortuna. Puede que, con un poco de suerte, ellos mismo nos explicaran el trazado de las labores. Y tantas cosas más que no cabe aquí reflejar...

Pero no existe máquina del tiempo y hay que trasladarse a esa época en un ejercicio de imaginación. Si sabemos interpretar los indicios acabaremos por resolver algunas de las incógnitas. Si nos entregamos con interés a esta tarea pasaremos jornadas extraordinarias con Pepe Salvador, que conoce como pocos los nombres de los interminables pozos del término. Y si empuñamos la maza y molemos constantemente los restos de material de filón, antes o después la plata roja aparecerá como premio. En Semana Santa siempre aparece, y ese extraordinario rojo es la sangre de la tierra, o la del Cristo que se derrama en la Pasión, no se sabe, pero nosotros la hemos encontrado.

Texto: Gonzalo García

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